¿Qué con el agua?
Para nadie es nuevo el problema del agua en nuestra ciudad y en el país. Todos sabemos que es un recurso vital y que debemos pensar constantemente en medidas, individual o colectivamente, que se puedan tomar para su ahorro. Incluso Samantha Arriaga escribió un gran texto introductorio a este tema: tocó desde nuestro vínculo con el agua y su estado como derecho humano, hasta algunas cifras pertinentes sobre su consumo en la Ciudad de México. Justamente quiero retomar una parte de esa gran columna y buscar profundizar más en ella. Samantha escribe: “en el Distrito Federal el 15% de la población no cuenta con agua; esto depende según la zona delegacional donde se habite […] ¿Cómo puede el Estado asegurar el derecho al recurso hídrico para cada ciudadano?”.
Como sabrán ya –espero–, en nuestro campus se organizó una proyección del documental H2Omx con la participación del director de la película, José Cohen; Isla Urbana, representada por Hiram García; el director del Centro para la Sostenibilidad del campus, Mark Woods, y cientos de asistentes. Tras la proyección hubo una sesión de preguntas y respuestas, todas con distintos enfoques y hacia diferentes temas. Sin embargo, sólo una fue apuntada hacia el problema social que se refleja en la distribución del agua en la Ciudad. En el documental se hace un apunte sobre este acceso desigual, pero parece que nadie más que aquella asistente reparó en él. Cuando en otra pregunta tocaron el tema de la administración del recurso, el fondo tenía que ver más con el aspecto técnico de las fugas y las reparaciones.
La pregunta-comentario de gran extensión, como escribí hace una líneas, hizo la aclaración que el problema de la distribución y acceso inequitativo al agua no es solamente causa de otros problemas. Tampoco es solamente un problema que la infraestructura adecuada y una administración eficiente podría resolver. Que miles de personas marginadas en grandes superficies dentro y fuera de la ciudad no tengan acceso a agua corriente potable, es un reflejo de la nula distribución de la riqueza y del pésimo trabajo que ha hecho el Estado como agente redistributivo. Durante la sesión se quiso insinuar que, evidentemente, no habría gran infraestructura y acceso a servicios en zonas que fueron “invadidas”. Como si se hubieran buscado las condiciones precarias en las que viven los más marginados. Quien lanzó ese comentario no se preguntó por qué son áreas con una gran cantidad de migrantes del campo.
Pongamos lo anterior de una manera más clara. Quien tiene un pedazo de tierra, lo puede trabajar para cosechar cada temporada. Esa persona y su familia depende de todo lo que pueda obtener, ya sea para autoconsumo o para la venta. Sin embargo, su falta de capacitación técnica, dependencia de fertilizantes y herbicidas que merman la calidad de su producto y su productividad en general, las prácticas abusivas de los intermediarios, la competencia con los grandes agricultores, y el pobre apoyo del Estado, han hecho que no sea rentable en absoluto ser campesino. De ahí la decisión de migrar a las ciudades (o a sus afueras, mejor dicho). El nuevo lugar donde estará el otrora campesino, no requiere de fuerza laboral para el campo, sino para la industria. Si en el mejor de los casos consigue un empleo formal, probablemente su puesto no le dará paga suficiente para adquirir la canasta básica, dada su nula preparación para realizar otras actividades que no sean las del campo.
¿El Estado algo pudo haber hecho para evitar la decisión de migrar? Con apoyos crediticios a los agricultores pequeños, programas de capacitación en lugar de dádivas con fines clientelares, y justa regulación del mercado, tal vez los y las trabajadoras del campo habrían podido competir mejor y, eventualmente, mejorar su calidad de vida. El Estado con sus Instituciones –toda su estructura– le falló a este sector productivo y a todas las personas que lo componen. Ahora que están en las áreas urbanas y semiurbanas, les vuelven a fallar al no proveerles los servicios necesarios. Como he comentado en otra ocasión, el crecimiento y la riqueza no les ha llegado a todos, y la principal prueba de ello es que hay muchos que no tienen asegurado que tendrán agua todos los días, cuando los hay quienes podríamos dejar la llave abierta por horas.
Queda claro, entonces, que si bien el acceso al agua sí es un problema por sí mismo, la raíz de éste es la desigualdad de gran magnitud que hay en el país. Ahora, retomando la pregunta de Samantha: ¿cómo puede asegurar el Estado el derecho al recurso hídrico para cada ciudadano? La necesidad de ello es evidente y no se puede obviar de la discusión. No se puede centrar el debate en si las fugas son o no evitables; lo alto que sería el costo político de cambiar o no las tuberías; si vamos a excavar un nuevo pozo profundo; si basta con que cada quien arregle su tarja y se lave los dientes sólo con medio vaso de agua. Para este caso, no podemos quedarnos en el “cada quien desde su trinchera” o en el “no dejemos que esto se politice” –lo que sea que ello signifique. Las respuestas deberán ser transversales, llevadas a la discusión en todos los ámbitos; contar con un trasfondo técnico, pero también contextualizado a las necesidades sociales; ser llevadas del proyecto de los individuos al del colectivo, y luego desde nuestras comunidades hasta el Estado. Las soluciones deberán ser públicas, como el problema.
¿Cuáles soluciones? Lo primero es entender que el modelo de consumo lineal (extraer, usar y desechar) es completamente insostenible. La reducción del uso para fines doméstico e industrial es deseable, así como el aumento en la eficiencia de la distribución, pero si no se da un proceso de reciclaje al agua, se seguirá agotando aunque a una tasa menor. Se requiere la legislación adecuada que haga obligatorio y facilite en términos administrativos el tratamiento de agua, tanto a nivel doméstico como industrial y municipal. Para ello, es necesario actuar en conjunto con centros de investigación para desarrollar efectivos y costeables métodos de tratamiento. En el mismo sentido, se necesita trabajar sobre las malas percepciones que se tienen sobre el agua tratada y su calidad.
Después, haría falta someter a revisión el modelo centralizado del Sistema de Aguas, en el cual todos los usuarios dependen solamente de un organismo encargado del manejo del recurso. ¿Es viable continuar así? ¿Qué alternativas existen para satisfacer las necesidades de agua? El alto costo ambiental, productivo y social que tiene el servicio de pipas lo vuelve una alternativa no óptima, que debería ser empleada sólo en situaciones de emergencia. Para este caso, la captación de agua pluvial puede complementar e incluso sustituir el servicio que presta el Sistema de Aguas. Para el gobierno ¿Cuál sería el costo de la implementación de uno de estos sistemas en cada casa de interés social nueva? ¿Cómo se compara con el costo de la extracción, distribución y mantenimiento? Fragmentando las fuentes de agua a nivel doméstico, por ejemplo, se elimina la dificultad de llevar agua potable a zonas marginadas.
Seguramente podrán discutirse éstas y más alternativas si el debate sobre el estado del agua y el acceso a ella se lleva a la mayor cantidad de espacios posibles. Como ya se explicó, éste es un asunto público y requiere del involucramiento de todos mediante la organización informada, plural y activa. ¿Qué más hace falta para que tomemos parte? Ha quedado demostrado que nuestro modelo es insostenible e injusto y que, de seguir así, cada vez menos personas podrán acceder a este líquido vital con el paso del tiempo. Debemos hacer de todos esta bandera, para llegar a un bienestar a largo plazo y para todos. Si se sigue ignorando el problema de nuestro modelo de extracción, uso y desecho de agua; no exigimos la resolución al problema de fondo que sostiene la inequidad de acceso; esperamos que las innovaciones técnicas sean las que nos saquen del problema, y nos enclaustramos en soluciones paliativas e individuales, no podrá hablarse de desarrollo sustentable en nuestro país.
David Lameiras
Estudiante de Ingeniería en Desarrollo Sustentable. Ciclista. Le interesa la movilidad urbana sustentable y la agricultura urbana. Come pizza y bebe cerveza.