Pintarnos de soluciones la cara, las propuestas y futuros espontáneos.
Hace unos 6 meses aproximadamente, leí en cierto periódico una breve noticia acerca de
las primeras reacciones hacia el plan del aeropuerto en el Lago de Texcoco, donde las
repercusiones que éste tendría en el ecosistema de la zona, no tenían lugar en el párrafo
de 35 renglones. Sin embargo, entre las soluciones que éste traería para el país
me encontré con una oración que tiende a ser recurrente entre la literatura informativa de
las grandes inversiones a nivel nacional, “El comercio internacional que resolverá la
crisis económica en la que se encuentra México generando muchos empleos” o
“[…] fomentará la creación de negocios verdes, jardines y vegetación que
contribuirán a la reducción de gases de efecto invernadero”. Las decisiones de
gran magnitud se convierten de pronto en la solución que tanto esperaba el país para
mejorar; una acción que en aras de la participación internacional y renombre en actividades
extranjeras, desvincula o no absuelve del todo las repercusiones demográficas, sociales y
ambientales que conlleva. Hay un gran salto entre lo atractivo de propuestas radicales y
soluciones verdaderas, a las respuestas simplistas y la suposición de que “nos
encontramos en buen camino, en el camino correcto” hacia un México mejor cuando en
realidad hay mucho que considerar para poder colocarnos en spots mundiales, y cantar
victoria al término de los diferentes periodos de gobierno. Muchas veces, las problemáticas
que sufrimos no son aisladas: suelen ser el resultado de proyectos a medias, que
cumplen con el bonito y el convencimiento de inmediatez benéfica, pero que fallan con
problemas de continuidad y proyecciones a largo plazo. Para esto, es necesaria la
participación colectiva ciudadana, donde a mi parecer los cambios locales tienen mucho
que aportar, porque la complejidad de los problemas sociales, la importancia de los
recursos naturales y la distribución de bienes jamás podrán ser solventadas con una sola
acción. Acorde a esto, un ejemplo de colectividad e integración que podría mejorar la
calidad de vida de los habitantes de la capital, más no por completo lo vinculado a ello, es
el transporte. Es cierto que el empobrecimiento de legislaciones y políticas disminuyen las
capacidades de cambios accesibles, pero es justo ahí donde la organización ciudadana
tiene su poder. Para la capital y sus problemas, sabemos que a pesar de que el nivel de
analfabetismo y seguridad son los menores en todo el país, no exonera la falta de
compromiso por mejorar la calidad del sistema de educación. Pero para la movilidad que
claramente necesita nuestra ciudad, una opción viable es el desarrollo orientado al
transporte. Éste repercute en vías alternas para el tránsito, con contaminación del aire,
decrecimiento de calidad de vida e indirectamente mala calidad para el transporte público.
Con un parque vehicular de 5.5 millones de automóviles y la implementación de medidas
como el “Hoy no Circula” que son fáciles de evadir con vehículos motorizados extras (hay
registros del Semarnat que desde 1990 a 2001 la tasa de crecimiento vehicular fue
superior al de la población). Se requiere acercar a los habitantes a puntos focales donde
puedan llegar a pie o en bicicleta, en espacios que respeten y generen respeto al medio
ambiente para disminuir contaminación. Espacios seguros y funcionales para un entorno
que necesita conexiones y compromisos entre estructuras, individuos y
responsabilidades. Porque una manera en la que podemos cambiar las decisiones que se
toman a gran escala, es reorganizando nuestros movimientos desde lo local.
Ximena Adela García Rodríguez.
Estudiante de 6° Semestre de Ingeniería en Desarrollo Sustentable. Dibujante de medio tiempo. Le interesa el urbanismo, ciudades y sociedad. Fan de Rilke.