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La movilidad: cambiamos o colapsamos

David Lameiras

No hace falta que lo escriba, pero por si no se habían dado cuenta, ahí va: el flujo vehicular en la Ciudad de México es cada vez menos eficaz. Año con año, la velocidad promedio disminuye en las avenidas importantes de la ciudad como Anillo Periférico o Calzada de Tlalpan. Actualmente, ésta tiene un valor de 15 km/h, llegando en horas pico a los 9 km/h (si no es que menos). ¿Qué quiere decir? Ir del punto A al punto B en coche toma cada vez más tiempo. Esto definitivamente no viene de la nada.

Usaré una analogía que no es mía. Pensemos en la pizza. ¿Cuánta pizza calculan que quedaría en los anaqueles de las pizzerías si fuera gratis? ¿Habría suficiente para todos sin tener que hacer filas larguísimas para conseguirla? ¿El problema se agravaría o aliviaría si se hiciera más pizza? Medítenlo un poco. ¿Ya vieron que ese modelo es insostenible? Pues lo mismo pasa con los coches y nuestras calles. Las vialidades son gratis y cada vez hacen más. Son nuestras autoridades quienes planean y deciden construir esas vialidades orientadas a satisfacer una supuesta necesidad.

Volviendo a la pizza, pensemos que sí se decidió cocinar más pizza para satisfacer la demanda. No sé ustedes, pero si hay más, yo pediría más. Eso se llama demanda inducida, y también lo podemos regresar al caso de las vialidades y los coches, y hasta con un ejemplo. Durante los primeros años de operación del segundo piso del Periférico (el primero), se pensó que se había dado en el clavo: los tiempos de traslado se redujeron y tanto en el segundo como en el primer piso, hasta se percibía espacio de sobra para todos. Esto hizo que pareciera ser más rentable usar un auto que transportarse por otros medios. Así, más gente consideró y decidió cambiar los peseros por un coche nuevo. Todos podrían llegar mucho más rápido a sus destinos.

El desenlace del ejemplo anterior ya no sorprende: la congestión vehicular regresó. La calle construida no fue suficiente para la nueva demanda que se originó por ésta. Como volvió a ser insuficiente y parece que nadie aprende nada, ya hay nuevas vías elevadas, puentes, túneles y muchísima infraestructura y beneficios que sólo siguen incentivando el uso del coche. El presupuesto sigue siendo empleado para construir obras que en ningún otro país se construyen –de hecho, se destruyen. El rol redistributivo del Estado desaparece, usando el dinero para beneficiar a los no-desfavorecidos y no haciendo nada para aminorar los costos ambientales y sociales de la ciudad coche que todos pagamos.

Pero pongamos en contexto, porque es importantísimo no limitar los fondos para este tipo de infraestructura, ¿no? Pues no. Justamente sí hay que limitarlo de una manera ponderada considerando la gigantesca injusticia que se comete al realizar este tipo de inversiones –yo le llamaría gasto, pero depende del autor. Si 7 de cada 10 de nuestros viajes los hiciéramos en coche, sería un poco más lógico –aunque seguiría sin ser prudente ni sensato– usar 70% del presupuesto destinado a movilidad para construir la infraestructura necesaria para que los coches circulen con (supuesta) libertad. Sin embargo, ese no es el escenario, sino su opuesto.

Son cerca de 7 de cada 10 los viajes que, en México, no se hacen en coche. Esta relación inversa es casi poética, por no decir un atraco y una vergüenza. Nuestra ciudad, una que se llamaba a sí misma de la esperanza, de vanguardia o con equidad (saludos, Andrés; saludos, Marcelo), compró la mentira de que el desarrollo vendría sobre ruedas y con un motor de combustión interna. Así, usó gran parte del presupuesto para construir obras que, si bien fueron vistosas y dejaron huella, sólo beneficiaron a quienes tienen el poder adquisitivo para conseguir un auto: al treinta porciento de la población. Sus obras claro que dejaron huella, o una herida, más bien. No sólo costó una cantidad determinada de pesos: también costó mucho más en las externalidades negativas de usar un auto; en el ecocidio cometido para la construcción de los puentes; en la pauperización del transporte público; y en el costo político de negar transparentar contratos de construcción.

El rol que tienen las autoridades gubernamentales, políticos, organizaciones no gubernamentales, nosotros y nuestros vecinos es innegable: hace falta exigir que la repartición del presupuesto en materia de movilidad sea equitativo. Esto no sólo por el valor económico de nuestras pérdidas, sino por lo mucho que estamos perdiendo en todo lo demás: desde tiempo en los coches, sustanciosos espacios verdes, hasta biodiversidad y capacidad regulatoria de ciertos cuerpos de agua. ¿Cómo podemos pensar en un desarrollo sustentable si no se hace pagar el costo total de usar un medio de transporte sumamente ineficiente y lo poco que se paga no se destina a invertir en transporte eficiente y para todos? Un colapso de la ciudad es inevitable con el modelo actual.

El desarrollo sustentable no se refiere sólo a producir energía de manera más limpia o a reforestar: también requiere equidad entre las personas, que se respeten sus derechos, como el de vivir en una ciudad más humana, más limpia y compacta. Cuando se hacen políticas públicas excluyentes que benefician de manera directa a unos pocos, pero de manera indirecta afectan a todos, cuando el apoyo al transporte público y al peatón se ve mermado por destinar los recursos al transporte privado motorizado, cuando se premia la suntuosidad sobre la eficiencia y la justicia, cuando se habla de hacer ciclovías pero se firman contratos para construir vías elevadas, cuando no se implementan medidas que desincentiven el uso del auto ni que incentiven el uso de otros medios de transporte, entonces no se puede hablar de desarrollo sustentable en nuestro país.

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Estudiante de Ingeniería en Desarrollo Sustentable. Ciclista. Le interesa la movilidad urbana sustentable y la agricultura urbana. Come pizza y bebe cerveza.

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